Ante el azote de una nueva plaga de viruela, el 30 de noviembre de 1803 partía desde el puerto coruñés la corbeta María Pita, con una expedición dirigida por Francisco Javier Balmis, con el propósito de extender la vacunación por las colonias españolas y mitigar así los estragos que la viruela estaba provocando por aquellas tierras.
La Real Expedición de la Vacuna, sufragada por Carlos IV, recorrió Hispanomérica, Filipinas, Cantón y Macao, con 22 niños del Colegio de los Expósitos de A Coruña y su nodriza Isabel López Sedalla, quienes transportaron la vacuna, que cada semana se les iba inyectando a dos de ellos en los brazos, de las pústulas de los inoculados la semana anterior.
Tras cumplir con éxito su misión, la expedición regresó a España, en septiembre de 1806.
Poco después de la llegada de los conquistadores a la isla La Española, en 1518, un brote de viruela, enfermedad que no se conocía en el nuevo mundo antes de la llegada de los europeos, diezmó la población. De allí se extendió hacia el resto de América exterminando a la mayoría de aztecas e indios, cuyo sistema inmunológico se hallaba indefenso ante tal epidemia. Probablemente, como afirma el historiador William McNeill, la población de Méjico se redujera de 25 a 1´6 millones.(1)
Los siglos posteriores, hasta el descubrimiento de la vacuna, también se vieron azotados por la viruela y las ingentes tasas de mortalidad que conllevaba.
Fue Eduard Jenner, un médico rural inglés quien inventó la vacuna de la viruela. Este médico descubrió por casualidad que los aldeanos que estaban en contacto con las vacas no contraían la enfermedad, debido a unas pústulas existentes en las ubres del vacuno. Jenner comenzó a extraer el líquido de aquellas heridas y a inyectarlo, dando sus investigaciones un resultado positivo.
La difusión de ideas de aquella época ilustrada hicieron que muy pronto, el doctor alicantino Francisco Balmis, tuviera constancia de los trabajos de su colega inglés y los pusiera en práctica en tierras españolas.
Mientras tanto, las epidemias de viruela seguían afectando a las provincias de Ultramar.
En 1802, se produce un nuevo brote en Santa Fé, Bogotá, que dio lugar a una seria discusión entre el Ayuntamiento de esta ciudad y el Virrey de Nueva Granada, puesto que éste último había dispuesto para combatir la plaga, de fondos destinados para otros fines.
Ante esta situación, el ayuntamiento de Bogotá acudió al rey de España, Carlos IV, quien el 25 de diciembre de 1802 consultó la opinión del Consejo de Indias sobre la actitud del virrey y preguntó acerca de la posibilidad de enviar una expedición para difundir la vacuna por América.
Fue el doctor Joseph Flores (natural de Ciudad Real de Chiapas), médico de Cámara del Rey y antiguo catedrático de la Universidad de Guatemala, el encargado de responder a la consulta del monarca, y en una carta, fechada el 28 de febrero de 1803, describió los estragos que había la viruela en América y recomendó la inoculación de la viruela, “que no se ha puesto ya en ejecución en Guatemala, por no haberse encontrado viruelas en las vacas y haber llegado sin virtud el pus o vacuna conducido entre dos cristales de la Habana y Veracruz de donde se había solicitado con insistencia”.
Dada la necesidad de enviar una expedición vacunal al nuevo mundo, el doctor Flores presentó un anteproyecto de la Expedición al Consejo de Indias, y una vez aprobado, fue enviado al Rey.
Carlos IV, que sensibilizado hacia la epidemia por haberla padecida su hija, la infanta María Luisa , mandó inocular a sus hijos, aprueba la expedición y decide que los gastos fueran sufragados por el Real Erario.
Finalmente, el 29 de julio de 1803, el Ministro de Estado, Soler, recibió del Ministro de Gracia y Justicia, José Caballero, la Real Orden en que participaba que “el Rey, celoso de la felicidad de sus vasallos, se ha servido resolver, oído el dictamen del Consejo y de algunos sabios, que se propague a ambas Américas y si fuese dable a las Islas Philipinas, a costa del Real Erario, la inoculación de la vacuna, acreditada en España y en casi toda Europa como un preservativo de las viruelas naturales.
“Para estos fines mandó S.M. formar una expedición marítima compuesta de profesores hábiles y dirigidos por su Médico honorario de Cámara, D. Francisco Xavier Balmis, que deberá hacerse a la vela cuanto antes del puerto de la Coruña, llevando número competente de niños, que no hayan pasado viruelas, para que inoculados sucesivamente en el curso de la navegación pueda hacerse el arribo a Indias de la primera operación de brazo a brazo, que es el más seguro medio de conservar y comunicar el verdadero fluido vacuno con toda su actividad”.
Esta Real Orden, con fecha de 4 de agosto, fue enviada por el Ministro Soler a los Virreyes de Nueva España, Buenos Aires y Santa Fé; al comandante General de las Islas Canarias; a los Gobernadores e Intendentes de Veracruz, Yucatán, la Habana, Puerto Rico, Caracas, Cartagena de Indias e Islas Filipinas y a los Presidentes de Guatemala y Chile, quienes las recibieron oportunamente, con las modificaciones que desde Madrid se consideraron como convenientes para adaptarlas a las peculiaridades de algunas ciudades o países.
Un mes más tarde, el 1 de septiembre de 1803, el rey Carlos IV, emitió un edicto dirigido a todos los funcionarios de la corona y autoridades religiosas de sus dominios de Asia y América en la cual anunciaba la llegada de una expedición de vacunación y ordenaba que le apoyaran para:
Para asegurarse el éxito de la expedición redactó un reglamento que tendrían que cumplir los empleados de la expedición.
Según lo dispuesto por el reglamento de Carlos IV, se escogieron a 22 niños, de la casa de los expósitos de la Coruña, pues los de esta localidad costera estaban acostumbrados a la presencia del mar, los más sanos, de más de ocho años y de menos de diez,
que no hubieran padecido viruelas ni hubiesen sido vacunados ni inoculados y se pidió a la rectora del hospicio de la Coruña, Isabel López Sandalla, que les acompañase en tan largo viaje.(2)
Cinco niños madrileños ya habían sido vacunados sucesivamente, en el trayecto de Madrid a la Coruña, y habían sido devueltos del puerto, a su lugar de origen.
Posteriormente se escogió el barco, una corbeta de doscientas toneladas, la María Pita, que sería gobernada por Don Pedro del Barco, teniente de Fragata de la Real Armada.
Finalmente, el miércoles 30 de noviembre de 1803 ya estaba todo dispuesto para partir y la expedición de la vacuna zarpó del puerto de la Coruña llevando como director a Francisco Javier Balmis y como ayudantes a D. José Salvany, D. Manuel Julián Grajales y D. Antonio Gutiérrez y Robledo. Como practicantes a los cirujanos don Francisco Pastor Balmis, y don Rafael Lozano Pérez, y como otros enfermeros a don Basilio Bolaños, don Ángel Crespo y don Pedro Ortega.
Llevaba Balmis 500 ejemplares del “Tratado histórico y práctico de la vacuna” de Moreau de Sarthe, que deberían ser repartidos en las principales ciudades y además en su equipaje contaba con varios termómetros y barómetros para observaciones meteorológicas, algunos millares de laminillas de cristal, destinadas para conservar la linfa, colocando una gota entre dos de ellos y cerrados herméticamente con parafina previo vacío, para lo cual contaba con máquinas neumáticas. Este equipo había sido fabricado por don Zelodonio Rostriaga, maquinista de Gabinete de máquinas de San Isidro, quien cobró una cantidad de cinco mil seiscientos ochenta reales.
Diez días después llegaron al citado puerto y dos niños pasaron la vacuna a cientos de personas en Canarias. Comenzaba así a cumplirse el fin para el que la expedición había sido encomendada.
El 6 de enero de 1804 tomaron rumbo a Puerto Rico.
AMÉRICA: Contexto social
Pese al empeño puesto tanto por las autoridades de Nueva España como por Carlos IV, la introducción de la vacuna contó inicialmente con el rechazo de la población indígena pues la mayor parte de población veía absurdo “no tener viruela teniéndola”. Además, no confiaban en una clase que siempre se aprovechaba de ellos en su propio beneficio.
Esta frase, que recoge Cook en “The smallpox epidemic of 1797”,(3) supone una representación aproximada a la actitud de los indios frente a la vacuna:
“Algunos indios dicen que Dios les envía la enfermedad, pero que no permitirán que los españoles se la pasen a ellos y a sus hijos”.
Las autoridades, conscientes de la situación, publicaron documentos en un lenguaje muy sencillo, favoreciendo y explicando la inoculación, pero fue sobre todo la Iglesia quien desempeñó un papel primordial para tratar de convencer a la población indígena.
El 9 de febrero de 1804 la expedición llegó a Puerto Rico.
Al llegar allí el recibimiento no fue como el que esperaban, puesto que debido a los esfuerzos del gobernador Don Ramón de Castro, ya habían conseguido la vacuna de la colonia danesa de Santo Tomás, y había sido propagada por el cirujano Francisco Oller.
El 12 de marzo, Balmis abandonaba Puerto Rico.
La segunda escala fue Venezuela, pocos días después, el 12 de marzo de 1804, dónde según narra R. Archila en “La expedición de Balmis en Venezuela”, fue recibida con manifestaciones públicas de júbilo que reconfortaron a los viajeros y ese mismo día vacunaron a 28 niños.
De puerto Cabello, se dirigió en barco a la Guayra, mientras que su ayudante Grajales se dirigía a la misma ciudad por tierra para así vacunar a las poblaciones del tránsito.
En La Guayra se dividió la expedición. Una parte al mando de José Salvany, con el ayudante Grajales y enfermero Basilio Bolaños, que se dirigió a Cartagena, subió al río Magdalena hasta llegar hasta Santa Fé de Bogotá, con rumbo al virreynato de Perú.
La otra gran porción, al mando del mismo Balmis, se dirigió a Caracas. El 24 de abril ya habían sido vacunadas 2.064 personas en esa ciudad y había quedado instalada la Junta Vacunal.
Poco tiempo antes el capitán General de la Provincia había intentado localizar el cow-pox de acuerdo con el médico José Domingo Díaz, quien había hecho vacunaciones con resultados poco ciertos, pero siguiendo las instrucciones de Balmis, los resultados fueron satisfactorios lo que reafirmó y engrandeció la importancia de la expedición y del propio Balmis, que fue nombrado Regidor Honorario, título que más tarde confirmaría el Rey.
Las autoridades de Caracas se encargaron de difundir la vacuna por Maracaibo, Isla Margarita y Provincia de Cumana.
Después de haber vacunado a 12.000 personas la expedición dejó Caracas el 6 de mayo.
El 26 de mayo llegó al puerto de la Habana, estableciendo allí la Junta Vacunal y sus estatutos.
El 25 de junio la expedición toco por primera vez tierras mexicanas en Sisal. Allí la expedición volverá, saliendo el profesor D. Francisco Pastor, hacia el de Villahermosa de Tabasco, a propagar la vacuna por Ciudad Real de Chiapa hasta los confines de la América Central y provincia de Oaxaca en Méjico, mientras que Balmis se encaminaba hacia Veracruz, para extender la vacuna por los territorios de Nueva España.
Y después de haber dejado en todas partes Reglamentos e instrucciones para conservar la vacuna, regresó a la capital mejicana en 1805 y desde allí retomó la última parte de la expedición, esta vez rumbo a Filipinas.
Contaba esta vez con veintiseis niños mejicanos, para vacunarlos sucesivamente como los anteriores.
En 1805, la expedición partía del puerto de Acapulco hacia Filipinas, esta vez con veinticinco niños de Guadalajara, Querétaro, Fresnillo, Sombrerete y Zacatecas, que deberían regresar de Manila con doña Isabel de Cendala, una vez cumplida su misión.
El viaje fue una penosa travesía de 67 días. Los niños tuvieron que dormir en el suelo por falta de catres y el rozamiento continuo entre ellos había provocado vacunaciones simultáneas con riesgos de malograr la Expedición.
Finalmente, el 15 de abril de 1805 desembarcó la Expedición en Manila.
Pese a estar los reyes de Filipinas en guerra con España, y pese a no recibir del gobernador don Rafael María Aguilar, el apoyo que hubiera deseado, la expedición encontró colaboración en el dean de la Catedral de Manila, Don Francisco Díaz Duana, en el capitán don Pedro Márquez Castrejo y en el Sargento Mayor de Milicias Don Francisco Oynelo.
Mientras tanto, el ayudante Francisco Pastor y el enfermero Pedro Ortega, habían sido comisionados para vacunar en otras islas del archipiélago filipino.
Y aún no repuesto de “endémica y peligrosa enfermedad de diarrea” Balmis decidió embarcarse para Macao en la nave “Diligente” después de haber comisionado a su ayudante Antonio Gutiérrez para que regresara a Méjico con los niños que deberían ser devueltos a su tierra natal.
El día 2 de septiembre, partieron Balmis y Pastor en la fragata portuguesa “La Diligencia” rumbo a Macao, llevando a tres niños, como portadores vacunales facilitados por el cura de Santa Cruz.
Después de una penosa travesía en la que una tempestad ocasionó la muerte de 20 tripulantes, “la Diligencia” llegó a Macao el 16 de septiembre.
Allí el gobernador portugués don Miguel de Arriaga, y el Arzobispo de Goa, se hicieron vacunar para dar ejemplo al pueblo, y facilitaron a Balmis y a sus acompañantes la adquisición de pasajes gratuitos hasta Lisboa.
De Macao pasaron a Cantón, donde pese a la oposición que encontró la introducción de la vacuna por parte de los factores de la Compañía de Filipinas, Don Francisco Mayo y Don Martín Salaverri, la expedición logró cumplir su propósito, pues los ingleses adaptaron una casa como oficina de vacunación a la comenzaron a acudir numerosos chinos, alarmados por la gran epidemia de viruelas que comenzaba a extenderse.
Los ingleses habían intentado introducir la vacuna pero ésta siempre llegaba en mal estado.
EL REGRESO
De regreso a Europa hace escala en Santa Elena, el 12 de junio de 1806, donde a fuerza de constancia logró que los ingleses adoptasen la vacuna que habían estando despreciando durante más de ocho años a un compatriota suyo.
Finalmente la tarde del 14 de agosto de 1806 llegaba Balmis a Lisboa después de haber dado la vuelta al mundo y un mes después, el 7 de septiembre, daba cuenta a S. M del filantrópico viaje.
Habían transcurrido tres años desde que partió de tierras españoles y había logrado, pese a los limitados medios de la época, distribuir la vacuna de la viruela, fomentar el conocimiento para erradicarla a través de la distribución de cuatro mil libros sobre la viruela, muchos de ellos sufragados con el dinero del propio Balmis y del establecimiento de Juntas de vacunación, y lo que es más importante, su obra constituía y sigue representado en pleno siglo XXI, los valores más universales: globalidad, filantropía, caridad y solidaridad.
No es de extrañar que el propio Jenner, en una carta a su amigo, el Reverendo Dibbin, escribiera refiriéndose a la expedición de la vacuna de Carlos IV “no me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste”.
Embarcación ligera con tres mástiles y un aparejo de velas muy completos, con sus correspondientes foques y juanetes, parecida a la fragata pero con menos desplazamiento.